martes, 16 de abril de 2013

Demons

Viernes.
2:45 am.
Cinco whiskies en el cuerpo.
Y ella veía la vida de otra forma.
Aquel chico parecía más guapo que antes.
Esas hijas de puta que le habían hecho la vida imposible durante años parecían, incluso, buena gente.
La música parecía fluir por su cuerpo y no podía parar de moverse a su son.
Pensó, ahora o nunca. 
Copa en mano, cigarro en la otra, se subió a la barra más cercana y empezó a contonear sus caderas.
Sin pensar.
Hacía lo que su cuerpo le pedía hacer.
Se sentía más viva que nunca.
Cerró los ojos.
Para sentirlo mejor.
Dicen por ahí que las mejores cosas las hacemos con los ojos cerrados.
Como para que esa sensación, ese sentimiento, se quede grabado dentro de ti.
Que ninguna imagen pueda joderlo.
Y así lo hizo, y así sucedió.




Sábado.
15:27 pm.
Siente como si una carrera de caballos hubiera dado el pistoletazo de salida en su cabeza.
Abre el ojo derecho.
Demasiada luz (piensa).
Hunde la cabeza bajo la almohada.
No quiere salir de ahí.
No quiere que hoy le pase algo que jorobe la bonita sensación que le quedó de ayer.
Y de repente escucha una respiración, mezclada con algún que otro ronquido repentino.
Ahora sí que abre los dos ojos de golpe sin importarle que haya un foco del tamaño del sol encima de su cabeza.
Se gira un poco sigilosamente.
Y le ve. 
Comienzan a aparecerle flashes en la memoria.
Aparece su sonrisa.
Y esos grandes ojos miel que (recuerda) le hipnotizaron.
Ahí está.
Lo encuentra.
El lunar, bajo el ojo derecho.
Casi queriendo escaparse de su preciosa cara.
Mejor vuelvo a cerrar los ojos (medita), no se me vaya a escapar esta bonita sensación.


martes, 2 de abril de 2013

Tú. Sí tú. Que te vaya bien.

Aquí eso no vale. En esta vida puta, tus lamentaciones y problemas le importan un comino a todo el mundo.
No vale ni la pena que vayas con esa carita de pena y esos ojos llorosos por la calle para que te miren y se compadezcan de tu jodida alma. 
Parece que lo único que les llama es que te fumes un par de petas y le des una docena más de tragos a esa asquerosa copa que sostiene tu sucia mano.
Se oye mucho por ahí eso de "A palabras necias,oídos sordos" pero lo cumplen un décimo de las personas que lo dicen. Y me vas a decir que no, que tú eres más especial que el resto, que tú no te miras doscientas veces en el espejo antes de salir de casa, que no piensas otras veinte que sujetador te hace las tetas más gordas cuando estás de compras o los pantalones más apretados para que en vez de piernas parezca que lo que tienes son dos patas de pollo. 
Y es entonces cuando llega ese maravilloso chico que hace que dejes de lado todos tus complejos, que le parezcan adorables tus más estúpidas manías y que le guste más que vayas con la cara lavada que pintada como una puerta. Y ya cuando ha conseguido que encima te lo creas, que te creas que vales algo más, se esfuma. Desaparece sin más explicación. 


Me cago en la puta de oros ya. Volvemos al principio otra vez. Esto parece la historia interminable, un círculo vicioso, un principio sin retorno.
A partir de este punto comenzarán otra vez las rayadas de mierda en la cabeza, las inseguridades y el andar cabizbaja por la calle con carita de pena porque todo te recuerda a él. 

Pues no, ya está. Se acabó. 
Cambia esa canción melancolica que solo hace que te salten las lágrimas y pienses en sus preciosos y jodidos labios. Ponte la canción más feliz que conozcas y calzate los tacones más altos que encuentres en el fondo de tu armario.
Demuéstrate a ti misma que esta vez va a ser diferente y que no va a poder contigo.


 Y que cuando llegue el siguiente capullo que te cuente historietas preciosas para llevarte de excursión por su dormitorio, serás tú la cabrona que le hará poner canciones melancólicas para recordar tu maravillosa forma de comerle la polla.