Conforme pasan las
horas empiezas a conocer a gente con la que charlas, te ríes, compartes alguna
anécdota. Crees que serán tus compañeros durante toda la fiesta y que te
ayudarán a pasarlo en grande. Y de repente cuando estás en el baño oyes como
una de esas niñas que acababas de conocer y te habían llenado de halagos,
estaba criticando tu vestido y el grano que te había salido la semana pasada.
Después de este
imprevisto te acercas a donde están las bebidas y te sirves una copa. En ese
momento se te acerca el típico moscón al que no haces ascos porque básicamente
no tienes a nadie mejor con quien hablar. Es el típico niño mono, que se sabe
desenvolver y es relativamente divertido. Empiezas a fijarte en que es más
guapo de lo que pensabas al principio, que parece un caballero y un buen chico
conforme hablas con él. Aunque sigue siendo el típico chulito, pero tiene su
encanto. Y de repente te besa y te asombras a ti misma de estar haciendo tal
cosa. Pero no paras. Y de repente te das cuenta de que estás en una habitación,
con el vestido subido y en sus manos en lugares donde no deberían estar. Y
paras, quieres volver a la parte de hablar, pero él no. Y te vas. Oyes algún
tipo de insulto conforme sales de la habitación, pero te son indiferentes.
Cada vez es más
tarde y la gente empieza a irse. Te sientas en uno de los sofás, cerca de unas
chicas que parece que se están divirtiendo mucho y no sabes cómo, acabas metida
en la conversación. No se parecen en nada a las que conociste al principio y
eso te alegra. Comenzáis a contaros cosas y acabáis descubriendo que tenéis más
en común de lo que pensabais. Y por una parte te alegras de que haya ocurrido
todo lo anterior, porque si no hubiera sido así a lo mejor no te habrías
sentado en ese sofá a hablar con ellas, y no hubieras descubierto a esas
increíbles personas.
Y mientras estás
pasando un muy buen rato, miras el reloj y te das cuenta de que ya son las 7.30
de la mañana y que ya se han ido todas las personas que estaban en la fiesta
menos las chicas del sofá y unos cuantos chicos que están por ahí jugando a
algún juego relacionado con el alcohol. Tienes que empezar a recoger y algunos
de los que estaban empiezan a escabullirse con las típicas excusas. Las del
sofá se quedan, pero también algunos de los chicos que estaban jugando a esos
juegos. Uno de ellos es especialmente atento y amable, y ayuda más que ningún
otro. No le habías visto antes en la fiesta, pero parece un chico especial, en
el mejor sentido de la palabra. Comenzáis a hablar de lo sucio que está todo y de los guarras que pueden llegar a ser las personas tirándolo todo al
suelo, y acabais hablando de lo que esperais del futuro y de sueños nunca cumplidos. Sin saber cómo ese lunar debajo de su ojo derecho te ha embrujado hasta tal punto de no saber ni dónde estás.
Puede que los
buenos se queden hasta el final, pero los mejores son los que ayudan a recoger
al día siguiente.
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